GUERRA PRECOLOMBINA EN MOXOS
Para
una idea de los múltiples y eficaces recursos que utilizaban para la guerra.
“recibirnos
de guerra tirandonos muchas estólicas, que es el arma ofensiva que ellos usan y
las agargas que usan” (Limpias, 1635, hablando de lo visto en 1617, Maurtua
1906:169)
“Por
armas defensivas usaban algunos cueros de anta para rodelas o adargas.
Hacíanlas también de caña fuerte reducida a varas y unidas entre sí a manera de
zarzo que traían envuelto antes de pelear y en la función lo desprendían sobre
el brazo izquierdo” (Anónimo, 1754)
Eran
también poseedores, junto con los Chiquitos, de la mortal “flechería de hierba”
“Peligros
hay muy grandes, especialmente de hierba muy ponzoñosa y mortífera, que á los
indios que mataron les hallaron flechería de hierba;(1596-se refiere a los
riesgos de entrar a Mojos” (Anónimo, 1596)
Y
este veneno no solo lo utilizaban con las flechas, sino también los
Euroboconos, otra arma a distancia tan letal como exclusiva:
eran
pelotas de greda dura claveteadas de puntas envenenadas que disparaban de una
caña con redezuela al extremo y cuerda para tirarla. Es de más alcance que las
hondas y la eficacia del veneno tanto que un español murió en pocas horas sólo
por haberle raspado en la oreja la punta de una pelota (Anónimo, 1754)
Las Blancas
Murallas:
halló
innumerables provincias de diferentes naciones, gente limpia, que tiene sus
ciudades cercadas de unos higuerones que dan higos blancos (Alcaya, 1635, a partir de las
crónicas de Carlos Inca relatadas por Alcayaga, en Maurtua 1906: 134)
desde un
extremo de la plazuela sale una calzada como calle, de la misma manera que la
plaza hasta el pecho sus paredes fortísimas, y por de fuera de dos estados y
algo más, de manera que ellos ven a los que están fuera y lo divisan todo
(idem: 136)
y después
de esto veíamos adelante adonde íbamos; vimos como a una legua una muralla al parecer,
y dijo este mismo capitán, que había estado en España y en las batallas de
allá, que parecía una muralla con el sol que daba en ella y parecía de cal y
canto. Y llegado a ella era un cerco de la manera de un fuerte, muy reforzado,
y estaba en cerco por temor de seis enemigos que tenían, que eran estos indios
Chiriguanas y Chiribianos; y era el fuerte de arboles de higuerones, y de
cedros y cedros, plantados un paso de otro, y plantado alrededor para edificar
su ciudad, y de estos arboles se infiere unos con otros, y viene a hacerse una
pared; y la puerta tenía de arboles hincados, que apenas podíamos de hombre a
hombre por la puerta, y estaba como trampa” (Soleto, 1635, relatando su entrada
de 1600, en Maurtua 1906:200)
En sus
pueblos además de la confianza del monte para la retirada de que hablamos
tenían algunos fosos y murallas. Sembraban sinorono que es especie de planta
espinosa y alta. Con esto quedaba el recinto impenetrable y para sus pocas
fuerzas servía de murallas. Las entradas y puertas eran unos caminos estrechos
torcidos con vueltas y rodeos que sólo sabían con seguridad los prácticos por
entre aquel laberinto de zarzas. Solían también rodear el pueblo con un foso
profundo lleno de agua y sus puentes levadizos para el paso, que todas las
noches alzaban (Anónimo, 1754)
Impresionante
defensa la de las lomas aldeas mojeñas. Imaginemos la primera que vieron los
del ‘17. Una inmensa loma, amurallada de árboles de flores tan blancas y tan
numerosas que resplandecían al sol despiadado de la pampa, rodeada toda ella de
una fosa y defendida en su interior por centenares de guerreros que “no saben
retroceder” (Soleto).
Aviso, cerco
y emboscada.
Ya
se ha señalado que cuando los del 17 entran al primer pueblo, no encuentran
casi ningún habitante. Interrogadas – en lo posible - las “indefensas” mujeres
sobre el paradero de los demas lugareños, parece que responden “yaya, yaya”
indicando en dirección norte, esto se ha interpretado como diciendo “se han ido
a donde el Yaya” y algún cronista habla incluso de que se “habían ido a dejar
tributo al yaya”. Dejando de lado el hecho de que ni los “lenguas” guaranís ni
castellanos entendían el idioma mojeño y solo se pudieron comunicar mediante
señas, lo cierto es que ese 1617 no todos los descubridores del Dorado se creyeron
el cuento del Yaya. En especial los guerreros Serranos Guaranís, cuyos
antepasados ya conocían algo de las tácticas de combate mojeñas.
Para
tener una idea más o menos clara de lo que estaba en juego con el asunto del “Yaya”,
tendremos que regresar al momento en que los soldados del ´17 se asomaban al
observatorio serrano para descubrir que la Gran Noticia era
cierta.
¿oyen los
tambores?”; dijeron que no, sino que eran vientos que daban en aquellas peñas;
y les dije: ”tengan atentos los oídos y oirán mejor”; y así lo hicieron y lo
oyeron todos los que íbamos como eran tambores (Soleto, Maurtua, 1906:205)
El fin
que se proponían no era extender sus dominios, sino (…) defender sus pescadores
y parques. Tenían centinelas siempre en sus pueblos y especialmente de noche se
refregaban con ají los ojos para no tomar el sueño con aquel ardor y dolor que
causa el ají (Anónimo, 1754).
Comparando
estos relatos escritos con casi cien años de distancia, parece claro que los
castellanos que observaron ese 1617 desde el mirador serrano, estaban siendo
observados también. De hecho, uno de los soldados pudo llegar a ver al vigía y
Soleto y todos después, escucharon los tambores que no podían sino estar dando
el aviso a las demás tribus de la región:
Cuando
tenían aviso previo de que alguna nación se armaba contra ellos (y esto lo
tenían muchas veces por el demonio que hablaba con el hechicero) retiraban al
interior del monte los niños y mujeres con bastante escolta y los dejaban
escondidos. Ellos se ponían a esperar al enemigo en el campo o emboscados
conforme el valor y número de ellos (Anónimo, 1754).
De
modo que cuando llegan los castellanos al primer pueblo, los mojeños ya habían
preparado su estrategia.
Los
soldados más inexpertos habían mordido el anzuelo. Estaban sorprendidos con ver
tanta riqueza de bienes, que ellos necesariamente veían como prueba contundente
de la existencia de oro, junto con la casi total ausencia de hombres.
Los
serranos por, su parte, ya conocían esta táctica mojeña: ellos no eran, de hecho,
sino los sobrevivientes de una invasión guaraní que, penetrando a este
territorio tan rico, vasto y en apariencia tan poco numeroso, se habían animado
a incursionar a las zonas interiores, llegando hasta los Mama (Baures) más al
norte. Una vez allí, habían sido derrotados al ser atacados por las tribus de
la pampa desde los cuatro puntos cardinales. Y los líderes serranos ya habían
relatado este suceso a Solíz, quien lapidario, ordena a sus entusiasmados
hombres el regreso. Era necesario, pensaba Solíz, regresar con un ejército
numeroso y bien equipado para poder hacer frente al ejército Torococí, del que
no había más rastro que las frágiles huellas de un vigía, pero que Solíz sabía
que estaba allí en alguna parte, numeroso y expectante, evidenciado en la
inverosímil cantidad de percheles que se distribuían por ese inmenso
territorio.
Parece
claro que la gran confederación poseía un arma defensiva casi invencible: la
acción coordinada de tribus enteras para la emboscada del ejército invasor.
Escrito por Gustavo Rivero y Emir Iskenderian (1617, el descubrimiento del Dorado)
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